Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

martes, 15 de diciembre de 2009

Mi nombre es Nieves



Mi nombre es Nieves. Nací en Chinandega Nicaragua, en el seno de una familia humilde de ocho hermanos.
La pobreza reinaba en mi casa y la presencia de un padre alcoholico hacía de los malos tratos el pan nuestro de cada día.
Cuando tenía catorce años murió mi madre de parto, de pena y de miseria y el mundo se tornó más gris para mi y mi familia si cabía oscurecerse más.
Llegó un punto que no pude sufrir mas las palizas de mi borracho padre, los lloros de mis hermanos menores y decidí huir de casa con tan solo catorce años. Nadie me echó en falta, allí si se va un hijo es mejor, una boca menos que mantener
Durante un tiempo me acogían los vecinos en sus casas que eran tan miserables como la mía, pero es lo que tienen las poblaciones deprimidas que la gente humilde se ayuda con lo poco que tiene. Intentaba ganar un poco de dinero haciendo trabajos aquí y allá pero mi vida seguía siendo un verdadero desastre y no puedes vivir de la caridad de los vecinos eternamente.
Un hombre viudo de treinta y nueve años me pretendía desde hacía tiempo y yo con mis inocentes catorce ni imaginaba para qué me quería. Así que acepté trabajar en su casa en tareas domésticas, pero esas tareas incluían otras que nada tenían que ver, así que con quince años parí mi primer hijo.
Sufrí mucho bajo el dominio de ese hombre que abusaba de mi. Sentía impotencia de quien es todavía una niña y se encuentra sin salida, sin saber de nada a penas y cambié por pan y un techo mi inexistente infancia. A la edad de diecisiete años ya tenía dos hijos de ese hombre que al tiempo nos dejó en la calle a mi y a mis dos hijos sin ningún miramiento, encontró a otra niña para entretenerse y nosotros éramos un estorbo. En aquella época y en mi país las cosas eran así. Tomamos un autobús hasta Managua porque el aire de Chinandega era irespirable para mi. Cada paso que daba era un nuevo error y no había nada que me retuviera allí.
Con diecisiete años empecé a trabajar en la limpieza y en cuantos empleos me salían para poder tirar para adelante, pero también me propuse salir de esa triste vida de esclavitud en la que me veía inmersa sin ninguna perspectiva.
Me puse a estudiar de noche y saqué adelante mis estudios, todo lo que no hice de pequeña mas dos años de magisterio, aunque yo deseaba en verdad ser enfermera pero no pudo ser, y lo de profesora era mas sencillo.
La llegada de los sandinistas me allanó el camino ya que estudié sin que me costara ni un solo córdoba, de otro modo todo hubiera sido imposible. Mi vida empezó a cambiar, me sentía útil y orgullosa de mi misma, de mi trabajo.
Trabajé en el medio rural como profesora itinerante y con el tiempo y el trato con los niños que sufrían tanto como yo sufrí, descubrí que el magisterio era mi vocación. Desde mi experiencia pude ayudar a muchos niños, ampararles y animarles, a darles la esperanza de que con trabajo y empeño todo se podía superar. Mi trabajo me llenaba, me daba vida.
Pase por tiempos difíciles de disturbios y luchas, muchos murieron, vivíamos siempre presos del terror, la muerte y el sufrimiento no nos es ajena a los nicaragüenses.
Muchos años pasé de profesora por las aldeas, presentándome a oposiciones para hacerme con un puesto fijo, pero en Nicaragua querían profesores más jóvenes que yo y jamás conseguí una plaza. En ese tiempo que dediqué a la enseñanza fui pareja de un guerrillero con el que tuve cuatro hijos mas, allí ni se hablaba de anticonceptivos. Al tiempo la relación acabó y así me vi sola de nuevo con seis hijos, aunque algunos ya crecidos y trabajando.
Algunos amigos míos que habían emigrado a España volvían en sus vacaciones contando las excelencias de vivir en Europa. Todo lo que contaban era lindo. Era como que la vida en España se mostraba gentil con ellos. Tenían derechos y prestaciones que en Nicaragua en mil años se podían conseguir. En España uno podía ir a un hospital sin que le dejaran morir en la puerta, los niños iban a la escuela obligatoriamente y se podía salir adelante trabajando con dignidad.
Harta de tanta la lucha estéril por hacerme un lugar en mi país, un día tomé la decisión de agarrar de nuevo mis maletas como ya hice anteriormente en mi vida y venir a vivir a Barcelona a compartir piso con una amiga que ya estaba aquí. Rumbo a la tierra prometida soñaba con ubicarme y poder ayudar a mi familia desde el otro lado del charco.
Llena de ilusiones llegué a España y pronto me di cuenta de que las cosas no eran tan felices como me prometían, pero así y todo vivir en Barcelona era infinítamente mejor que vivir en Nicaragua, aunque uno nunca pierde de vista sus raíces y no consigue desterrar la nostalgia de su corazón.
Nada fue fácil, nada me fue regalado. El carácter de los catalanes aunque correcto se mostraba bastante receloso con los que llegábamos de fuera, pero pronto descubrí que hay pueblos que necesitan su tiempo para dar confianza y una vez estableces contacto son afables y buenas gentes.
Trabajé cuidando niños, ancianos y lo cierto es que conseguí el cariño y reconocimiento de quienes me empleaban, pero por desgracia todos esos trabajos eran en negro, el trabajo doméstico en raras ocasiones funciona por vía legal. No cotizaba ni figuraba en ningún lado. No conseguía emplearme en nada que me facilitara un contrato de trabajo para poder legalizar mi situación.
Pasé cinco largos años en España temiendo ser repatriada, casi escondida, temiendo visitar al médico cuando me resfriaba, compartiendo vivienda con otras amigas.
Por fin llegó el momento esperado, mi oportunidad. Me contrataron para cuidar a una señora mayor y esta vez por fin conseguí un contrato y además la ayuda de esa familia que me gestionó todos los trámites para poder vivir en España con pleno derecho.
Tras muchas penurias vivo dignamente de mi trabajo en la tierra que me ha acogido Catalunya.
Mi familia al completo sigue viviendo en Chinandega, pero por lo menos intentaré que venga aquí mi hija pequeña que tiene ya 18 años porque quiero que tenga una vida mejor, que sea una mujer independiente y libre como lo son las españolas.
Hoy soy una mujer autosuficiente, con seis hijos, cuatro nietos con un corazón herido que se quedó atrapado en las playas de Chinandega , pero siento que en Barcelona he comenzado una nueva vida llena de oportunidades y de paz.
En España hay un refrán que dice que "uno es de donde pace no de donde nace". Yo lo siento así pero me faltan mis hijos a mi lado. Mis hijos y mis nietos son cuanto preciso para tener una vida plena.


2 comentarios:

  1. No nos podemos quejar de la vida...

    Algunas personas tienen que luchar mucho.

    Muchos besos.

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  2. Así es, viendo la vida que les toca a otros desde pequeños, nuestros problemas se hacen ridículos frente a tanto sufrimiento.
    Un beso

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