Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

martes, 5 de marzo de 2013

En unas horas...


Caminó bajo la lluvia  tras salir de la sesión de fisio de hoy.
Entró en el local que está casi inadvertido por encontrarse dentro de una gran portería.
Se puso la bata blanca japonesa y sintió que le favorecía.
Amablemente la conducieron hasta un tocador y de allí tras examinarle los cabellos, la conducieron al lavadero.
El apoyapies se alzaba lentamente y la comodidad se adueñaba de su cuerpo. Que gusto ser tratada con tanta amabilidad.
El agua caliente empezó a correr por su  cabeza y su pelo quedó empapado bajo la caricia de una mano.
Las manos del peluquero eran fuertes y seguras y masajeaban con energía su cabeza y sus sienes repetidamente.
En pocas situaciones se obtiene tanto placer como cuando te lava la cabeza un hombre, ayudado por una nube de espuma. Supongo que Memorias de Africa se afincó en su subconsciente.
Por un momento recordó sin pretenderlo alguna escena de su vida  en la que que sintió la ternura arrolladora de otras caricias, pero solo fue un fugaz instante.
Cuidadosamente, el peluquero empezó a  cortarle uno a uno los mechones de su cabello que caían sin red esparciéndose por el  suelo blanco del salón.
Su faz cambiaba por momentos, nunca llevó bien el cortarse el pelo, pero hoy no quedaba otro remedio.
Su melena, su mejor adorno iba desapareciendo del encuadre de su retrato, pero era mejor hacerlo así, controladamente.
No lucía mal del todo y finalmente daba igual, el pelo vuelve a crecer y en ella solía hacerlo con rapidez.
Agradeció al peluquero su trabajo y tomando su paraguas, salió a la calle.
No es uno de sus mejores días y la lluvia parece que la acompaña.
En unas  horas entrará al hospital, de nuevo al quirófano, pero no siente miedo, ya no hay niños, ni responsabilidades por las que temer y si algo fallara  no sería tan malo.
Un salto al vacío y un sueño eterno.




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