Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

jueves, 5 de julio de 2012

El chicle






En quinto de EGB, por aquellos tiempos en los que en las escuelas los chicos estudiaban en pabellones separados de las chicas, nos tocó en suerte y nunca mejor dicho, una profesora llamada Marlene.

Pues no, no era francesa, era aragonesa y empecinada como caracteriza a las gentes de Aragón, lo sabré yo que vengo de familia aragonesa.

Ese curso resultó ser muy duro, por la exigencia de nuestra profesora amante del perfeccionismo. Nos tenía fritas y al principio fue como una pesadilla, pues veníamos de pasar dos años con la Srta: Mercedes que era todo amor y poesía.

Ese año trabajábamos los ejercicios en unas fichas que traían a parte los libros, toda una novedad y es que nuestra generación fuimos los conejillos de indias de la Educación General Básica . También empezamos a utilizar las libretas de anillas que nos resultaban maravillosas a pesar de los pellizcos que me llevaba abriendo y cerrando las anillas. Y en su interior hojas cuadriculadas de varios colores, un color para cada asignatura.

Ese año aprendimos a respetar márgenes, ortografía, la buena letra y la pulcritud. Cuantas hojas nos rompió la Srta Marlene que nos tocaba volver a escribir.

Cada una de esas diminutas hojas que rellenábamos era una pequeña obra de arte que pasaba inspección por un juez sumarísimo.

Creo que era sobre el año 72 mas o menos y es que es ya muy tarde y no tengo ganas de restar, pero era cuando aun se hacían filas para subir a las clases y la consigna era la fila india y sobretodo el silencio. Solo que una de nosotras hablara o saliera un poco de la fila eran dos vueltas al patio de castigo, toda la clase en pleno.

Al principio hasta nos resultaba divertido, perdíamos mucho tiempo de la clase, pero al final conseguía que nos enfadáramos con la revoltosa de turno cansadas de dar tantas vueltas y su plan daba resultado.

Era muy exigente la Srta. Marlene, pero no cesaba hasta conseguir sus objetivos. Para algunas niñas no tan dóciles como yo, ese curso fue un verdadero calvario, pero lo cierto es que consiguió prodigios en nosotras.

En el comedor de la escuela nos sentábamos en unas mesas redondas, no recuerdo si de seis u ocho plazas y cada semana había una rotación. Cada semana una mesa comía en compañía de la Srta. Marlene que nos enseñó modales y algo de protocolo, como poner la servilleta, como servir, como pelar la fruta con tenedor y cuchillo.

La verdad es que en mi recuerdo viene a ser una especie de Mary Poppyns exigente a la que temíamos pero a la que al paso de los años, reconozco como una excelente profesora, de trabajo y paciencia incombustible y de extremada firmeza. Hizo un excelente trabajo.

En el único lugar donde coincidíamos con los chicos era en el recreo y en el comedor.

Era alucinante ver como llegaban aquellos bárbaros alumnos de D.Camilo, antiguo exlegionario (Ricard si me lees no te enfades jajaja "somos manadas de lobos..."), llegando al comedor desordenadamente, arrastrando las sillas y haciendo ruido, comiendo como cerditos.

Nosotras ya casi convertidas en unas señoritas, los mirábamos de reojo con cierto desprecio, sin saber aún que al curso siguiente deberíamos compartir aula, comedor y patio.

No se como os he contado todo esto pues no es el tema que quería desarrollar hoy, pero las cosas salen como salen.

La cuestión es que nuestra Srta. Marlene odiaba los chicles. Sostenía que era de mala educación masticar chicle en clase y no lo permitía y el otro día vi la foto de arriba y recordé a Marlene de forma inconsciente.

Mas que los buenos modales, el chicle afecta la cantidad de pajaritos que mueren por ingerir esas bolas que nosotros tiramos en cualquier lado de la calle, en los huecos de los árboles, etc.

Los pájaros se comen la bolita pensando que es alimento y se les engancha en la garganta hasta axfisiarse y morir. Me quedé muy impactada por este post, ya que yo soy muy aficionada al chicle y muchas veces lo tiro en cualquier lado, pero ya no lo hago, es algo que creo que se ha grabado en la memoria, hasta tengo algo de mala conciencia, pensando en que quizás mate involuntariamente a alguno de esos animalillos.

Desde aquí os hago un llamamiento, por favor, no tiréis las bolas de chicle en cualquier lado, los pajaritos y yo os lo vamos a agradecer.

Morpheo roncador me reclama.
Un beso a todos y dulces sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario