Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

viernes, 1 de febrero de 2013

Preludio


No quería seguir con las clases de solfeo. Aquel profesor ajado y viejo era insufrible. Le molestaba el olor de su ropa a alcanfor y hasta su aliento cuando se le acercaba era fétido. 
Una tarde  el viejo profesor no acudió y Rebeca respiró aliviada por saltarse la clase. Pasó la tarde en el jardín recibiendo   los últimos rayos de sol  medio adormecida en la hamaca.  Oliendo las flores de azar, acunada por el trino de los pajarillos que habitaban en los árboles. Pero duró poco la tranquilidad, cuando de pronto irrumpió su madre con la fatal noticia de que el profesor había muerto en la noche mientras dormía.
Rebeca  lo sintió mucho a pesar de que a penas ya podía soportar aquel sopor y aburrimiento de las clases del pobre viejo.
Pasaron días y estaba ociosa sin tener que  tocar su chelo siguiendo aquellas partituras que tanto le costaba interpretar. Se sentía feliz y liberada, aunque su madre insistía en que tenía que seguir tomando clases mientras  ella se negaba rotundamente.
Pero la educación musical era muy importante en su familia y una tarde llegó el nuevo profesor.
Rebeca se encontraba sentada ante el ventanal del salón y cuando se giró, con gran sorpresa vio un profesor que nada tenía que ver con el difunto.
Era joven, apuesto y  se sonrojó al darle su mano para recibir el fugaz beso de protocolo.
Y así todas las  tardes el profesor acudía a instruirle en el manejo del violonchelo y hasta parecía que las partituras empezaban a cobrar sentido en sus interpretaciones.
No habían regaños como con el viejo maestro, las palabras eran dulces y cruzar sus miradas les hacía ruborizar a los dos. Sin duda alguna estaba mejorando y aquel instrumento le hablaba de sensaciones nuevas que nunca antes le había contado en confidencia.
Las horas previas a cada clase se tornaban una mezcla de nerviosismo entre desespero por que llegara el profesor y el rechazo por sentir que algo estaba ocurriendo en su interior que no llegaba a comprender muy bien todavía,
Rebeca despertaba a sensaciones que jamás antes había sentido, pero que le provocaban un vaivén de escalofríos que le trepaban por la espalda que no controlaba..
El profesor Roland dudaba hasta el último minuto en asistir y luchaba contra su razón que le decía que debía  rechazar las clases,  pues era consciente de que lo que estaba sintiendo podía costarle una desgracia.  Las mariposillas de su estómago le impedían pensar por demasiado tiempo con coherencia y volvía junto a la mujer que lentamente se había adueñado de su corazón. A pesar de sus sentimientos sabía muy bien  que no estaba a la altura de la clase social de Rebeca, por lo que hacerse ilusiones era una estupidez, pero no veía la forma de alejarse de aquella bella mujer, que en cada mirada le arrebataba un pedazo de vida.
Y así pasaron semanas, meses y la ilusión no desaparecía de sus corazones.  En cada roce mientras le corregía el apoyo del arco en el chelo, la subida de temperatura se hacía mas que evidente para ambos y Roland temía ser preso de un instinto cada día mas incontrolable y dejarse arrastrar por  esa pasión  que crecía.
Roland decidió no volver jamás a las clases, no había mas solución y determino cortar con Rebeca de raíz.
Llegó la tarde  y Rebeca esperaba ansiosa como siempre la llegada de Roland. Como siempre se acicaló y perfumó para agradarle  mientras sonreía cepillándose el cabello ante el espejo. No conseguía pensar en nada mas que no fuera Roland, pero él no acudió a la cita. 
Rebeca sintió la ausencia del profesor muchas tardes presa del desazón y la tristeza y en sus momentos solitarios derramaba silenciosas lágrimas mientras sentía como se encogía su joven corazón.
El seguía  trabajando, componía operetas  y daba clases de música para ganarse el sustento,  pero el recuerdo de Rebeca habitaba en su mente y se sentía morir en cada recuerdo, pero sabía que era un amor imposible. Sacudía la cabeza para volver a la realidad e intentaba ocupar su tiempo para no pensar tanto en ella.
Rebeca se sentía morir por la ausencia y ya no resistía mas. Indagó sobre el profesor y consiguió con gran diplomacia que su madre comentara inocentemente  donde había sabido de Roland.
Rebeca subió a su alcoba y se acicaló para salir.  Tenia prisa y sus pasos eran casi mas veloces que su corazón.  Le costó encontrar el lugar, pues no tenía costumbre de salir a la calle sola. 
Pronto se vió delante de la casa de Roland.  No era un barrio lujoso, pero tampoco miserable, aunque era algo que no le importaba en lo mas mínimo.
Subió despacio por la escalera y solo sentía su corazón a mil y un sudor fino que empañaba sus mejillas.
No sabía ni que iba a decirle, que excusa poner.¿Qué pensaría Roland de ella? Este comportamiento  no estaba bienvisto en una señorita.
Llegó al rellano y vio una puerta roja que supuso era la de Roland. Tomo oxígeno y suavemente golpeó con los nudillos en la puerta.
Al otro lado una voz preguntó y ella respondío. Un vértigo los envolvió a cada lado de la madera.
La puerta se abrió y unos segundos se convirtieron en minutos por arte de magia mientras sus ojos se clavaban entre sí.
Sus miradas les delataban y sus cuerpos ya no podían resistirse a la atracción igual que la sienten los polos opuestos de un imán.
El abrazó a Rebeca fuertemente y cerró la puerta tras de si.
No habían palabras solo besos y caricias. Sus ropas caian al suelo como si hubieran cobrado vida y quisieran escapar del torrente de abrazos estrechos que las aprisionaban.
Sin saber como, sin separarse, ni tan solo abrir los ojos llegaron hasta el lecho.
Ambos interpretaron la mas bella de las melodias sobre las partituras de algodón que formaban las sábanas. 
El cuerpo de Rebeca se transformaba en chelo en las expertas manos de Roland y conseguía sacar de ella notas mágicas.
La tarde transcurrió  entre gemidos, murmullos de amor y besos. La pasión les apresaba una y otra vez y a tiempos recordaban sus diferencias sociales y se les escapaban lágrimas que  ambos querían disimular.
Decidieron ese mismo día que superarían todas las dificultades, las distancias que les impusieran y que conseguirían plantar cara a la sociedad, a todos los que se pusieran en su contra para impedirles estar juntos, porque los dos sabían que nunca encontrarían armonía con ninguna otra pareja, ni amarían con tanta intensidad a nadie mas.
Y así las tardes de amor se sucedieron una y otra vez y...  ¿consiguieron nuestros protagonistas estar juntos para siempre?  

Eso ya es otra historia que relataremos  mas adelante.

2 comentarios:

  1. Me he quedado eganchada. Me encanta!! Preciosa historia. Un beso.

    Sakkarah

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  2. Gracias Sakk. Veremos como le plantan cara al mundo esta parejita. Un beso.

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