Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

martes, 3 de agosto de 2010

Los amantes de la higuera



Sonó la sirena que anuncia la hora de desayunar. Se para la actividad en la fábrica.
El corredor que da a la sala de empleados se llena del murmullo de los trabajadores que bocadillo en mano avanzan rumbo a las máquinas de café.
No iba a ser un día normal para algunos.
Dos personas cruzaron sus miradas y su respiración se cortó súbitamente .
Se agolparon en la mente de ambos recuerdos que habían dormido por casi dos décadas. Se encontraban abstraídos sin acertar a decir nada, solo se miraban.
Hacía ya muchos años que Andrés había sido trasladado a la factoría de Francia pero ahora había regresado a su ciudad natal , estaba de nuevo en casa, en Ponferrada.
Ana consiguió colocarse en la fábrica mucho tiempo después de que Andrés se marchara.
Era la hora de desayunar y el ruido que hacían sus compañeros les devolvió de nuevo al mundo.
Se miraban ruborizados, pero una sonrisa rebelde asomaba en la comisura de sus labios. No podían ocultar que en ellos seguía un sentimiento latente.
Un beso en la mejilla y un abrazo casto. Sacaron de la máquina dos cafés y comenzaron a caminar. Se hacían uno al otro las típicas preguntas socorridas sobre lo que había sido su vida en los últimos años. Las preguntas de compromiso que haces a un conocido cuando lo encuentras al cabo del tiempo, circunstanciales, educadas.
Sin darse cuenta se encontraban fuera del recinto de la fábrica. Buscaron la sombra sentándose debajo de una higuera, mientras apuraban el café.
Hablaban de sus familias, de los años que pasaron distanciados, de los amigos comunes, pero el tiempo de asueto se terminó y cada uno regresó a su puesto de trabajo. Un "nos vemos" y se despidieron.
Cada día se volvían a encontrar bajo la higuera durante el tiempo libre del café.
Pronto las palabras dieron paso a las miradas prolongadas, a los recuerdos de juventud de dos personas ahora mucho mas maduras. Ya no eran los mismos de ayer, pero el tiempo se había detenido en sus corazones el día que tuvieron que separarse.
Corrían los años 80 y en aquellos tiempos Silvia tenía diecisiete años y Andrés veintiocho, estaba casado y con un niño pequeño.
Nunca debió ocurrir, pero el amor es ave libre y campa a sus anchas.
Una tarde de verano Ana entregó a Andrés el mas preciado regalo que una mujer entrega a un hombre, a si misma.
Se encontraban clandestinamente todas las tardes en un monte cercano al Bierzo y la pasión hacía arder la maleza bajo los castaños.
Era un amor loco, arriesgado, el de una menor y un hombre comprometido, padre y esposo.
Una relación peligrosa que se les escapaba de todo control. Una atracción fatal, tan intensa que era casi imposible estar separados el uno del otro, un dulce sufrimiento que no daba tregua a sus enamorados corazones.
Y llegó el momento en que Andrés, el mas mayor de la pareja puso los pies en el suelo. Ella era demasiado joven y el tenía un hijo pequeño que no quería perder. Estaba locamente enamorado de ella, pero era un amor imposible, un amor a destiempo en una época intransigente.
Su romance no era justo ni para Ana que todavía era una niña, ni para su hijo al que probablemente perdería si seguía adelante.
Oportunamente le ofrecieron un ascenso y un traslado a la planta de Francia y no dudó en irse. Solo una gran distancia sería capaz de separarlos y poner fin a la insensatez.
Silvia se sintió morir, Andrés era su primer amor, su primer hombre y le vio alejarse sin remedio. Cayó en la desesperación pero la decisión estaba tomada por él y ella no podía hacer nada por detenerlo. No tenía edad, no tenía medios para seguirle y sintió que el la había abandonado. Ambos lloraron lo indecible y el sufrimiento generado por cada llamada telefónica que tenían les ahogaba, porque su amor era verdadero.
Al tiempo perdieron toda comunicación, la distancia y la voluntad de alejamiento de Andrés crearon un abismo entre los dos.
Pasaron unos años y Ana conoció a Paco, se creyó enamorada de nuevo. Nunca llegó a sentir por el lo que por Andrés, pero se casaron y tuvieron dos lindos chavales.
Ana nunca fue del gusto de la familia de Paco, pertenecía a una clase mas humilde y la familia de Paco era orgullosa.
El Bierzo no era muy grande y todo se sabía o se intuía. La familia arremetía siempre contra Silvia con la mínima excusa y Paco jamás supo darle su lugar, nunca la defendió y eso la sesgaba. Su matrimonio se deterioraba con cada año que pasaba pero los niños les mantenían unidos.
El matrimonio de Andrés tampoco fue un jardín de rosas. El traslado a Francia desestabilizó a su esposa que tuvo que adaptarse a una nueva vida, a un nuevo idioma y todo influyó, mantenian un matrimonio normal frente al mundo, pero era una comedia.
Tramitaron su divorcio en el momento en que el muchacho ya era mayor y por eso Andrés resolvió volver a su tierra natal.
Su hijo ya no le necesitaba, era todo un hombre y nada le retenía en aquella tierra francesa que siempre le fue extraña.
Cada día mas la higuera cobijaba el renacimiento de una pasión solo dormida, que se avivaba mas y mas.
Ninguno de los dos era ajeno a la situación que se estaba generando y Ana dejó de acudir al punto de encuentro. Empezó a imaginarse todos los problemas que se le venían encima, sus hijos aun pequeños y esa familia implacable de Paco. Solo en este momento consiguió comprender y perdonar del todo la huida de Andrés a Francia, ella se encontraba en su misma tesitura.
Ahora le tocaba a ella apartarle y así se lo hizo saber. Tenía mucho miedo del rumbo que estaba tomando la relación, de sentir que cada día se necesitaban y se deseaban mas. El se negó a abandonar y discutieron. Ana no acudió a la higuera en los días siguientes.
Luis no se resignó a perderla esta vez. La esperó cerca de su casa y la abordó en la calle.
Entre lágrimas ella le suplicaba que la olvidara, que la dejara ir en paz, pero el la tomó de la mano y la hizo entrar al coche, necesitaba hablar con ella, convencerla de que habría algún camino viable para poder vivir juntos.
Volvieron al monte donde los castaños fueron testigos tiempo atrás de su amor.
Otra vez, solos bajo los árboles y el cielo, el pasado les asaltó y les arrebató una vez mas la cordura y la voluntad.
Sus ropas arrancadas ansiosamente caían precipitadamente sobre el suelo. Los besos hambrientos de tantos años y las caricias eran su único cobijo bajo el sol.
Ana volvía a sentir en la yema de sus dedos esa piel de Andrés que quedo grabada en sus huellas y en su alma. En cada abrazo se sabía solo suya y que jamás podría entregarse por entero a otro hombre que no fuera él. Andrés se volvía a sentir vivo, seguro de que la amaba, como la amó antes, como la amó siempre, como jamás amóa otra mujer.
Deboraban el amor a mordiscos y descubrían que nada había cambiado. El tiempo se había congelado esos años en el monte de castaños.
En la vida quizás pasen varias personas por nuestro camino, pero solo una es el amor verdadero, el que se hace dueño de nosotros para siempre. Somos capaces de reconocerle en medio de una multitud y una sencilla mirada suya desmonta cualquier armadura que nos pongamos para evitarle.
Da igual que esa persona se esconda, se aleje, nunca acaba de marcharse de nosotros, está encadenado a nuestra alma con eslabones de pasión y de cariño y ese sentimiento no lo extingue absolutamente nada.
Muchos días de deseo y lágrimas se sucedieron en los castaños.
Tenían que afrontar su realidad, vivir en la mentira era lo último que querían hacer. El era libre pero Ana tenía que tomar una difícil decisión.
La angustia no la dejaba dormir y perdía peso cada semana que pasaba. Luis se impacientaba y la presionaba, pero ella no encontraba forma ni momento oportuno para decirle a su marido que quería el divorcio. Temía que le pudiera quitar los niños. Su familia política nunca la quiso y era muy poderosa. Les tenía pánico.
Así transcurrieron los días, en una mezcolanza de congoja, pasión y los celos de Andrés que cada día soportaba menos la idea de que Paco pudiera ni siquiera rozarla.
Andrés por fin tenía su divorcio en regla y quería que ella hiciera lo propio para poder vivir juntos.
La situación en casa de Ana era cada vez mas insostenible, no soportaba ni ver a Paco, pero pensar en el futuro de sus hijos la partía el alma, los trastornos que les supondría y si finalmente saliera bien librada de todo, si serían capaces de adaptarse los niños y Andrés a una vida en común.
Bajo la higuera cada día la misma charla, los mismos llantos, el disimulo de lo evidente cada vez que pasaba algún compañero por allí.
Ana no podía con tanta tensión. Escuchar a Andrés y sus demandas, enfrentarse a Paco que cada día le repelía mas.
Llegó el día que se armó de valor y habló con Paco poniendo todas las cartas sobre la mesa. El se encabritó y discutieron de muy malas maneras, pero la suerte ya estaba echada, no había vuelta atrás.
Empezaron todos los trámites. La familia de Paco no se privó de intentar que el la machacara legalmente, pero sorprendentemente por esta vez, tomó partido por la madre de sus hijos. Paco solo exigió lo justo. El divorcio fue llevadero y tras mucho negociar llegaron a un acuerdo que les satisfizo a ambos.
Los niños quedaron con Ana y Paco podía visitarlos siempre que quería y llevárselos con previo aviso. Vendieron el piso que habían comparado a medias y no hubo mayores problemas.
Ana y Andrés consiguieron al cabo de muchos años estar juntos, de cara al mundo, sin ocultaciones.
Ana ahora es feliz, con sus niños y el hombre de su vida.
Nunca mas hubo dolor entre ellos, nunca mas tuvieron que esconder lo que se les salía a borbotones por la piel y por la mirada, un amor único y verdadero, de dos seres que nacieron para amarse locamente el uno al otro.
El verdadero amor siempre encuentra la forma de abrirse paso, aunque le cueste ponerse en guerra con el mundo entero.

6 comentarios:

  1. Preciosa historia, gracias por compartirla. Cuantas trampas nos pone la vida para poder llegar a encontrar y reconocer ese amor verdadero de tu historia. Saludos.

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  2. Uffffffff........y
    fueron felices y c.....

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  3. Susana....
    La vida no es nada fácil, muchas veces no se está preparado para afrontar dificultades, no porque no se quiera, sino porque hay obligaciones sagradas que hace que el momento no sea el adecuado. Pero donde hay amor y voluntad se le da la vuelta al mundo por entero.
    Me gusta pensar que el verdadero amor siempre termina por triunfar.
    Un beso

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  4. Soul...
    Siiiiiiiiii, fueron eternamente felices.
    Ya pagaron su tributo a la vida, con mucho sufrimiento y mucha distancia.
    Así deberían ser siempre las historias de amor, con un final feliz.
    Un beso Soul.

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  5. Una historia durísima, aunque afortunadamente con un final feliz.

    Un beso

    noche

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  6. Noche ojalá todas las historias tuvieran final feliz. Esta como me la imaginé yo la tiene, ea!! jaja.
    Por cierto la higuera existe, la fotografié con mi móvil.
    Un besazo.

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