Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

martes, 6 de diciembre de 2011

La estancia del color de las sandías


Es una estancia circular, de paredes rojas del color de las sandías. Está llena de portales, no se ven puertas, es como si fuera un lugar donde se puede jugar, corretear, salir por un portal, volver a entrar por otro, una especie de laberinto definido.

Ella se encuentra en medio con el magnificado deseo de ser feliz, de sonreir.

Se encuentra en un verano perpetuo. Su imaginación y su alma de niña soñadora pueden recrear siempre en su mente la luminosidad de ese sol de las nueve de la mañana y esa brisa que aunque cálida es agradable y le acaricia la piel.

Cuando se cansa de mirar, de asomarse a cada uno de los portales, se sienta en el centro de la estancia y ahí paciente espera y sueña.

Es una niña, no tiene prisa y toda una vida por delante, porque la vida puede ser larguísima o durar solo unos segundos, pero eso escapa a su control y no le preocupa.

Se sienta a observar. Recoge sus piernecitas entre sus brazos y casi puede girar sobre sus posaderas dejando colgar su cabecita y sus trenzas hacia atrás.

Escucha voces en el exterior, sabe que la gritan a ella. Siente algo de miedo y se pregunta ¿miedo a qué?

El ruido le molesta, no quiere que nadie la aparte de su letargo infantil. No quiere que nada entorpezca el paso de la luz del sol a través del portal y sin apenas pensar, con su mente es capaz de cerrar un portal que no tenía puerta.

Emerge de la nada una puerta que da un tremendo portazo y sella la salida.

Entristecida mira a su alrededor. La estancia circular y roja ya no parece tan divertida, esa puerta cerrada, distrae su atención de todo lo bello que se puede ver a través de los demás portales abiertos.

Sale al exterior, es un hermoso jardín y un riachuelo cruza un prado.El sol se difumina entre las ramas de los árboles haciendo sombras divertidas sobre su frente. Todo es lindo, pero sigue sola. Da media vuelta para entrar por el siguiente portal y lo encuentra cerrado. Vuelve a sentir la tristeza, la tristeza que da el surgimiento de obstáculos en su camino.

Pasa por la siguiente puerta adentro pero ya es incapaz de sentarse tranquila a sentir la caricia de las corrientes de aire. Se queda de pie vigilante y decide salir por otro de los portales abiertos. Desde ahí se encuentra en un acantilado desde donde divisa el mar. El viento ahí se siente más frío. Más abajo hay una playa y en ella un hombre que camina en círculos, no parece que tenga idea de tomar un camino concreto. Juega con las olas, se adentra en el mar y corre hacia la arena cada vez que la ola regresa a la playa. Está muy lejos y no ve la forma de bajar para poder charlar un rato con él.

Siente mucho frío. La altura y la cercanía del mar hacen que el viento se sienta helado. Corre encogida hacia dentro de la estancia roja y de nuevo escucha el portazo de una puerta que antes no estaba. Se gira y se queda paralizada con estupor. Este portal también ha quedado sellado.

La habitación no es lo que era, no le gustan las puertas cerradas. Empieza a sentir miedo de lo que hay en el exterior, pues las puertas aparecen como si llegaran volando desde fuera, desde no sabe muy bien dónde.

No quiere permanecer ni un minuto más allí, teme quedar encerrada para siempre en su propia cárcel. Le asusta lo que pueda encontrar fuera pero no hay más remedio que exponerse.

Debe darse prisa, cuanto más temor siente más puertas se van cerrando. Escapa por un portal aun abierto y corre por el sendero sin mirar atrás.

Ante si se encuentra un puente inseguro y una profunda niebla al fondo. El sol ha desaparecido y también el mar. El aire húmedo y frío le cala los huesos.

Avanza lentamente por el puente sin mirar a bajo en la confianza de que al otro lado encontrará un suelo estable donde apoyar los pies y sentirse segura de una vez por todas.

Avanza con los ojos cerrados al lugar donde quiere estar.


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