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sábado, 19 de noviembre de 2011

Democracia, elección y voto, la apuesta racional


Con las elecciones de nuestra democracia en el candelero y los votos a la vuelta de la esquina, me he dispuesto a analizar las diferentes calidades del voto que imperan en nuestra naturaleza; en concreto, desde el prisma de la psicología, y más específicamente: la motivación. Definiendo la motivación como el estado interno que impulsa a una persona hacia un determinado medio de satisfacer una necesidad, entenderemos que nuestras elecciones son esclavas de las necesidades, las cuales fueron convincentemente catalogadas por Maslow en su famosa Pirámide. Así, toda aquella persona que vote, o no vote, lo hará motivado por dichas necesidades.

Basándonos en la Pirámide de Maslow, en nuestra democracia podríamos clasificar los votos en tres grandes categorías:

El voto instintivo, de la necesidad fisiológica y la necesidad de seguridad:

Las necesidades fisiológicas son las básicas, aquellas encaminadas a mantener la salud y la propia vida: comer, beber, dormir, evitar el dolor y tener relaciones sexuales. Forman la base de la pirámide y, por su esencia, nos atan a las emociones primigenias, la del animal que lucha por la propia supervivencia. Tras la consecución de las necesidades fisiológicas vienen las de seguridad, destinadas a conservar lo poseído: la propiedad privada, la salud, la seguridad inmediata, la familia, la propia vida. Todas estas necesidades siguen teniendo un componente eminentemente instintivo y nos unen básicamente con el reino animal.

Este es el voto egoísta, el voto del miedo, el voto prisionero de la amenaza de una sociedad sin libertades, el reflejo inconsciente que nos asalta al acudir a las urnas y del que todos los partidos se sirven sin pudor. Es el voto que favorecen las democracias “totalitarias”.

Si el impulso que genera el voto es el reflejo de la sociedad que se crea a posteriori, el que vota coartado por sus instintos nos aboca a una sociedad egoísta y materialista, un mundo consumido por el miedo donde la seguridad constituirá la excusa ideal para avasallar las libertades.

Tienen más riesgo de votar así los que deben su bienestar económico a los partidos o los que simplemente lo sienten amenazado.

El voto afectivo, de las necesidades de afiliación y reconocimiento:

Las necesidades de afiliación y reconocimiento son aquellas encaminadas a satisfacer las necesidades sociales de pertenencia, amistad, reconocimiento… Estas necesidades afectivas forman el tronco de la pirámide y, por su esencia, nos atan a emociones más sofisticadas, que aún siendo egoístas, comprenden al resto de la sociedad, aunque sea por el simple deseo de ser aceptado como parte de ella.

Este es el voto inconsciente, el voto de la falta de compromiso, el voto de la conveniencia social, el voto prisionero de la indolencia intelectual o de la dogmatización, por el que un individuo es sólo capaz de reconocerse a sí mismo y encontrar su identidad en la pertenencia a un grupo. Es el voto que alientan las democracias representativas.

El que vota coartado por sus afectos nos aboca a una sociedad irreflexiva, narcisista, hedonista y manipulable, un mundo que será abandonado a la voluntad de aquellos que se tomen el derecho a pensar

Tienen más riesgo de votar así los indiferentes, los hastiados, los pusilánimes y, todos aquellos en general, que rehúyen la dureza del compromiso con las ideas o que se cierran en banda al cambio en pos de su seguridad afectiva.

El voto racional, de la necesidad de autorealización:

Las necesidades de autorrealización son las más elevadas, ligadas a la propia consciencia, la motivación de crecimiento y la necesidad de ser de los individuos.

Este es el voto racional, que quiere dar sentido a la sociedad por la búsqueda personal del lugar único que cada uno de nosotros ocupamos en ella. Es el voto del compromiso, el voto del individuo que es capaz de transcender más allá de sus necesidades afectivas o materiales. Este es el voto de una democracia participativa o directa.

El que vota racionalmente genera una sociedad autocrítica, flexible y reflexiva; capaz de conceder a sus individuos los instrumentos para su propia autorrealización.

Votan así los ciudadanos libres, conscientes de sus ideas y su lugar en la sociedad.

Conclusiones:

Una sociedad egoísta y materialista es más proclive al voto instintivo, voto que por otro lado tenderá a perpetuar su estado de necesidad permanente.

Una sociedad hedonista y autocomplaciente es más proclive al voto afectivo, voto que con mayor probabilidad pueda avocar a la sociedad a la decadencia.

Una sociedad racional, una sociedad de las ideas, es más proclive al voto reflexivo, voto que permitirá a la sociedad y a sus individuos alcanzar la autorrealización.

Voten pues, pero sean sinceros al menos consigo mismos y reconozcan la necesidad a la que están dando respuesta. Voten y piensen qué tipo de sociedad quieren construir.

S. Anonymous

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