Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

miércoles, 6 de abril de 2011

Una furtiva lágrima


No sería su primera vez.
Se mordía los labios por el nerviosismo que asaltaba la ocasión.
Hoy no la acompañaba su madre como hace veintisiete años. La edad y una prótesis a punto de partir su rodilla en dos no se lo permitía.
La hija de Anna cargaba la bolsa en cuyo interior se hallaba una caja que contenía unos zapatos muy especiales.
La otra acompañante para dar el visto bueno, su querida hermana mayor parecía casi mas feliz e inquieta que la novia. Aunque era especialista en ocultar sus emociones tristes, cuando eran positivas no escatimaba en el brillo de sus ojos y en las palabras que fluían sin control de su boca.
Ya había hecho el papel de madre consejera cuando se casó su hija mayor, pero esta era una ocasión distinta y excepcional.
Entraron a la tienda donde una dependienta las recibió amablemente.
Anna sacó la caja de zapatos de la bolsa y con mucho cuidado tomó entre sus manos los zapatos forrados de tela y florecitas malvas para mostrárselos a la dependienta.
Realmente el trabajo era perfecto. Adornaban cada zapato sendas flores de tela y pedrería, un trabajo de artesanía fina.
Las cuatro mujeres admiraban los zapatos mientras sonreían y es que la prueba de un traje de novia es un evento agradable.
Anna pasó al amplio probador y dio comienzo al ritual como si de una virgen vestal se tratara.
Se desvistió y se puso un sujetador con corsé, adecuado para el vestido que la estilizaba y que le había costado carísimo. Pero no importaba, una no se casa todos los días.
Se calzó cuidadosamente los zapatos.
Levantó sus brazos en alto, mientras que casi sin rozarla, la enfundaban en un precioso vestido del color de los sueños, sencillo y precioso.
Las dos dependientas procedieron a abotonarle las docenas de botoncillos diminutos que se cerraban en su espalda, mientras reían haciendo cábalas y le preguntaban que tal habilidoso sería el novio desabrochándole los botones en la noche de bodas, ya que necesitaría armarse de paciencia y tacto. Anna sonreía mientras se miraba en el espejo del probador.
No era el típico vestido blanco de novia, era el vestido de bodas de una novia de edad mas próxima a ser abuela. Sin demasiados adornos, un poco de pedrería y contadas florecillas de tela.
Era de color malva, el color que había estado presente en los momentos mas felices de su vida. En el día de su boda no podía faltar la presencia simbólica de las jacarandas que florecen en mayo y que tanto gustaba de contemplar desde su asiento de la universidad.
En su mente se sucedían a golpes rápidos tantas imágenes lindas y emotivas, que luchaba contra su estómago para no emocionarse recordando.
Era una novia de cincuenta años, pero lucía divina con el vestido hecho especial para ella, tan divina como cuando muy joven se casó por primera vez.
Los trajes de novia son mágicos e iluminan a la mujer que los viste, da igual como sea, fea, guapa, gruesa, delgada, mayor......siempre se ve bonita.
Por unos instantes reconoció la emoción de cuando se probaba su primer vestido de novia.
Paseaba por el hall de la tienda reflejándose en la enorme cristalera de espejos. El recogido que le habían hecho en la peluquería armonizaba a la perfección con su atuendo.
Le faltaba solo el ramo por el que no acababa de decidirse.
Anna se miraba y acabó abstraída en sus pensamientos, en todos los cambios acontecidos en los últimos meses y en la nueva vida que se abría ante ella al lado de un hombre que la quería y la cuidaba apasionadamente.
Anna aprendió a amarle poco a poco, incapaz de resistirse ante tanto afecto y finalmente aceptó el reto de compartir camino de su mano. Esta vez se lanzaba a una piscina de agua tibia, de besos dulces, de abrazos abiertos. De un amor que se mostraba al mundo a bombo y platillo.
Sentía agitarse su estómago y su piel se erizaba de tristeza recordando cuanto había sufrido en los últimos años, llenos de ausencias y temores.
Sacudió enérgicamente su cabeza, pues hoy no era día de entristecerse. La mala racha había quedado atrás, el gran rosario de despropósitos que cada día se desdibujaban mas y mas.
Bajó de su nube y volvió a encontrarse ante el espejo. Ya no era la misma mujer de hace un año.
Un año solo había hecho cambiar toda su vida, todas sus creencias.Un año había roto todas las columnas de lo aprendido y se vio en la necesidad de desaprender, de dejar de escuchar su corazón para evitar caer en una piscina sin agua.
Cambió mucho por dentro pero la sonrisa heredada de su madre lucía igual de linda que el día en que se probó su primer vestido de novia.
No había perdido la capacidad de emocionarse y sin control derramó una furtiva lágrima ante la cara de sorpresa de su hija, que sabía muy bien lo que sentía su madre.
Los ojos de ambas se encontraron y en sus miradas sostuvieron una conversación sin palabras como la que tuvieron la noche anterior.
Una conversación llena de preguntas sin respuesta.
Malva y radiante va la novia.......





2 comentarios:

  1. ¡Qué precioso, Osane!
    Me encanta imaginarme a la novia, ilusionada y enamorada de nuevo...su vestido malva, sus zapatos divinos...y su lágrima de emoción que se le escapa....te felicito.
    La canción es francamente hermosa, siempre que la escucho me emociona...como tu historia.
    Besotes.

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  2. Susana me alegra que te guste el escrito aunque algo me dice que esa novia lleva una enorme mochila de recuerdos que no la permiten ser totalmente feliz.
    Supongo que hizo una elección en su vida, tomando el camino que la hacia feliz y coherente con su forma de entender una relación. Un beso y feliz finde Susana

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