Las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

sábado, 17 de abril de 2010

El botánico y la cebolla

 En ocasiones alargamos en el tiempo el tomar decisiones en cuestiones que nos preocupan, porque queremos encontrar hasta la última posibilidad de solucionarlas.El tema se complica cuando los problemas a resolver no existen, y entramos en la paranolla de querer ver lo que no hay y buscar los tres pies al gato dejándonos sensibilizar por la mas mínima cosa que ocurre, asociando así cualquier hecho fortuito a nuestros problemas.Es humano que cuando no tenemos problemas nos los creamos, y así vamos deshojando las capas de la cebolla, minuciosamente con unas pinzas, buscando la enfermedad donde no hay.Una vez había un botánico, gran amante de las plantas que las cuidaba y mimaba con esmero. Tenía un huerto. En ese huerto cultivaba algunas verduras, tomates y cebollas para consumo propio, nada que ver con su profesión.Un buen día reparó en una cebolla. Crecía mas grande y mas rápido que las demás. Mientras que las otras cebollas sufrían algún deterioro, consecuencia normal del clima, del impacto de los insectos, de la naturaleza en suma, la cebolla era de concurso, se ponía cada vez más grande, de bonitos colores y mas perfecta. El biólogo quiso preservar aquel espécimen para poder estudiarlo y ver como se desenvolvía. Fascinado por el crecimiento de la cebolla la separó de sus iguales y la metió en un invernadero en un gran macetón con humus especial, lejos de la tierra de su huerto y de las otras cebollas.Pasaba mucho tiempo estudiándola, la prodigaba muchos cuidados, la abonaba convenientemente, controlaba la temperatura del invernadero, el grado de humedad, hasta llegó a hablarle.El botánico compartía con su cebolla los más íntimos secretos, y la cebolla en correspondencia cada vez estaba más hermosa, mas grande.Dicen que a las plantas si les hablas, si les pones música crecen y se ponen lindas. Y este era el caso de nuestra cebolla que florecía con el inmenso amor que le daba el botánico y ella se sentía especial y lo esperaba para que le contara que había hecho en ese día, como era el mundo fuera de las paredes de su jaula de cristal.Pronto el cuidar de esa cebolla se convirtió en una obsesión para él. Entraba varias veces al día al invernadero, medía la cebolla por ver si había crecido, la pulverizaba con un spray antiparásitos y le regaba con agua de rocío que cada mañana recogía de un recipiente. Todo era poco para mimar a su cebolla.Sacó el resto de las plantas del invernadero, para que nada interfiriera en el crecimiento de su cebolla de exposición.Pero nada es totalmente hermético ni aséptico en esta vida. La perfección no existe, por más que nos empeñemos en buscarla.Un día que soplaba el viento, nuestro botánico entró puntualmente a regar su cebollita querida. Y con la brisa entró una mosquita diminuta.La mosquita empezó a volar por el invernadero y finalmente decidió posarse en la cebolla. Y ahí empezó a deteriorarse en su primera capa, su color se malograba en la zona donde la mosquita halló cobijo. El botánico se desvivía poniendo mas cuidados si cabía alrededor de la cebolla que se marchitaba, pero era en vano. La cebolla se deterioraba por la acción del insecto. La naturaleza seguía su curso y el ciclo de la cebolla se desencadenaba en su estado más natural.El biólogo le arrancaba capas, le inyectaba vitaminas y la pobre cebolla cada vez que notaba que se le acercaba con aquellas pinzas se ponía a temblar. El botánico a pesar de todo la seguía mimando, no le importaba que estuviera estropeada en su primera capa. La arrancaba con sumo cuidado con unas pinzas y la testeaba constantemente.Era casi una operación quirúrgica y la cebolla quedaba bien de nuevo, sin marcas, limpia. Pero la mosquita que andaba en el invernadero se volvía a posar en la cebolla y volvía a malograr su primera capa.El botánico le preguntaba a la cebolla ¿por qué? Y la cebolla no tenía respuestas. Solo sabía que el abrió una ventana y la mosca entró. Pero no podía hacer nada por evitar que la mosca intentara estropearla una y otra vez. La cebolla sufría amargamente porque no veía como evitar que la mosca la hiriera y su cuidador se disgustara. La cebolla tomo tanto miedo, que no resistió el estrés de aquellos cuidados tan extremos y un día no pudo sufrir más y decidió dejarse morir y terminar con aquella angustia, con aquel escalofrío que sentía cada vez que el botánico la miraba fijamente preguntándose el motivo por el que la piel de la cebolla estaba amarilla.Así, la cebolla ordenó a sus raíces dejar de tomar el agua y las sales minerales de la tierra, cerró sus ojos a la luz del sol y su destino fue fatal.La paz de quien está muerto, pensaba la cebolla, dormiré tranquila y ya no sufriré más.Un buen día la cebolla inició el sueño final. La mosquita que había tenido familia dentro de la cebolla, revoloteaba feliz en pos de la cebolla muerta, que amarilleaba viscosamente.El botánico se entristeció profundamente pues su preciado vegetal yacía inerte en su tiesto impotente de poder hacer nada por ella, y es que no se pueden controlar las influencias externas.La naturaleza actúa en todos, nadie es perfecto, por eso el tiempo que tenemos en la Tierra, hemos de vivirlo con naturalidad, en nuestro medio, sin obsesiones, aceptándonos como somos, intentando mejorar, corregirnos, pero siendo nosotros mismos sin crearnos problemas donde no los hay. A veces el remedio es peor que la enfermedad. Toda perfección toca a su fin, es mas, no existe, por la edad, por influencias externas, por problemas que trae la vida. El secreto está en la aceptación de cómo somos y nuestra situación.A la cebolla no la mató la mosquita, la mato el exceso de cuidados de su cuidador. Se hubiera deteriorado igual pero dentro de un ciclo natural, al lado de sus hermanas, en el huerto que la vio crecer.Colorín colorado, este cuento se ha acabado.


6 comentarios:

  1. Me ha encantado, y es muy cierto. Hay cosas ante las cuales no podemos hacer nada...

    Tienes un premio en mi blog de imagen.

    Muchos besos.

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  2. Me siento bastante cebolla, pero aún no me resigno a que una o varios moscas me estén quitando la vida lentamente. No se si me saltran manos o pies...

    UN BESO

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  3. Querida Sakk, este relato es bastante antiguo.
    Pienso que hay que luchar hasta el final, pero también es conveniente darse cuenta de cuando hay que parar.
    Siempre se puede hacer algo, el tema es si merece tanto esfuerzo y desgaste.
    Ya me conoces, para mi las cosas han de ser espontáneas, no me sirven los condicionamientos ni para mi ni para los demás. Las cosas son por si solas o no.

    Gracias por tu regalo, un beso

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  4. Estimado Hímero yo antes que cebolla fui una lechuga muy aburrida. Aunque me pudra en el intento no me arrepiento de haber sido una cebolla, aunque me hayan llevado la piel y el alma en ello. De todas las experiencias se aprende.
    No dejes que ninguna mosca te ensucie, aplástalas, muérdelas, lucha por lo que deseas hasta el final.
    Un beso grande

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  5. Tienes razón, en este momento sacare la planta de tomate y la pondre junto a sus congeneres, no volvere a enamorarme de sus colores y sabores, en vez de eso hare amistad con las mosquitas que perduran mas en el tiempo y el espacio. un abrazo

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  6. El Tauromquico no es eso lo que explica la fábula. Escucha la canción de fondo, tiene mucho que ver con el texto. "uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto".
    Hay que aceptar y respetar siempre al individuo, dentro de su entorno, no sobreprotegerlo aislándolo, pero tampoco permitir que nadie venga a enturbiar lo que sentís.
    Cuida de tu tomatera, no dejes que venga nada externo a perturbar su paz, pero tampoco la alejes de su entorno.
    Un beso Tauro, bienvenido.

    P.D: Me he pasado por tu espacio y creo que volveré a pasar aunque miedo me doy jaja.

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