Palabras de amor y deseo

Le había dado mil vueltas a la corrección de las galeras, ahora si parecía que todo estaba perfecto.

Pulsó el "on" en la impresora y se rompió el silencio.

Las páginas brotaban de la máquina rápidamente, como si tuvieran prisa por nacer, por darse a conocer al mundo.

La emoción embargaba al escritor, poder leer en papel impreso su obra le parecía un sueño. Era el fruto de mas de un año de emociones espontáneas recogidas en un poemario.

En cada lectura que hizo buscando faltas gramaticales y ortográficas renacía en él el recuerdo de todo lo vivido, cada sentimiento, cada instante de un amor que a gritos se desparramaba en forma de letras por una sábana hecha de papel.

El era el dueño de un amor que jamás antes había sentido, un amor que se daba por completo. Una entrega mutua de dos personas que volvían sus mundos del revés peligrosamente, renunciando a sus pasados.

Cesó el ruido y ahí estaban los folios inmóviles, en orden y silenciosos. Quizás su volumen no era abultado, pero cuanto contenían esos folios era inmenso. Eran las poesías que escribió a su amada a lo largo de mas de un año. Poesías improvisadas que jamás tuvieron intención de ser recopiladas.

En cada verso se plasmaba la pasión de lo vivido, los mas hermosos sentimientos nacidos desde el fondo del alma.

Aquellos poemas abrieron poco a poco el camino hacia el corazón de su mujer. Ella le había esperado toda una vida y cuando se encontraron supieron que el largo camino recorrido antes de verse había culminado, su amor se desbordaba, era imposible de controlar.

Ni nada ni nadie sería capaz de separarles, porque solo con mirarse desde puntos distantes de la habitación, sabían lo que sentían el uno por el otro, un amor y un deseo tan profundo como la inmensidad del universo.

El tomó de la impresora el montón de folios con delicadeza como si de un tesoro se tratara, la miró y le dijo:

-Voy a llevarlos con cuidado a la editora porque este libro eres tu.

Ella beso con cariño las páginas que tanto significaba para ambos y el bosque se abrió de nuevo ante sus ojos.

El libro era el bosque contenido en su cuerpo de mujer que cada noche se deshacía en el tacto de sus caricias mientras ambos se amaban locamente.

La cálida brisa del verano mecía las hojas de su gran amor que nació al amparo de los altos robles y senderos viejos, de noches encendidas de pasión, de sus letras inagotables, de la luz malva del amanecer en que se enamoraron. Todo lo que los dos sentían con tan solo rozar sus manos, de algo que solo era de ambos y que nada ni nadie podría destruir, porque ni los mayores desastres conseguían que sus corazones dejaran de vibrar cuando estaban juntos por díficiles que acontecieran los tiempos.

Su amor era como el sol al que puedes tapar con un dedo momentáneamente pero que su luz inunda las mañanas por muchas nubes que intenten apagarlo. Los golpes de la vida les hicieron comprender que detrás de cada noche siempre hay un amanecer porque la luz y la fuerza del amor verdadero siempre acaba por desterrar las sombras y sabían que juntos podían con todas las adversidades.

El se abrigó y salió contento por la puerta con su libro cantando el Brindisi y ella con la sonrisa y el pecho ebrio de cariño, volvió a releer por enésima vez todos aquellos poemas que le robaron el alma y el corazón una primavera ya lejana que jamás podría olvidar.

"Dedicado al dueño de mi vida y de mi corazón"