Abrí la puerta y ahí estaban.
Unos ojos verdes lo llenaban todo. No era como yo le imaginaba, ni siquiera como solía verle en la distancia, pero era él y también sus ojos eran los mismos.
Su mirada habitaba dentro de mi corazón mucho antes de que me cruzara con ella y la reconocí al instante.
Dulcemente atrapada en los brazos del deseo y en la certeza de no estar errada, encontré por fin lo único que deseaba en esta vida y que tanto esperé.
Sin tiempo de reacción, ni de pensar, encadenada en un abrazo sin fin, supe que me llevaría en volandas de su mano a cualquier lugar remoto, a cualquier situación, porque junto a él, el entorno desaparecía y nada era imposible a su lado.
Extendió su mano diciéndome "ven" y tendió un puente para arreglar un largo y angosto camino de piedras y equivocaciones, pero con un destino que se mantuvo inamovible en la brújula de nuestros corazones.
Y así adentrada en el verdor del bosque, observo mis huellas en la nieve sin apenas sentir el frío, ni la soledad y se que no necesito nada en el mundo salvo reflejarme dentro de su glauca y verde mirada.
Hoy miro hacia atrás y se que cada instante vivido feliz y triste mereció la pena ser vivido.
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